domingo, 4 de diciembre de 2011

2° domingo de adviento

 
Conversión.

El segundo domingo de Adviento nos habla, entre otras cosas, de la conversión. Es una invitación a no desesperar en el mal sino a tener la confianza que se puede cambiar y sobre todo cambiar para bien. El Cardenal Newman decía: Vivir es cambiar y ser perfecto es haber cambiado muchas veces. La conversión es tratar de cambiar cuantas veces sean necesarias para salir adelante. No importan tanto las veces que caigamos, más importantes son aún las veces que nos levantamos y con qué espíritu nos levantamos. Por eso, el  tiempo de Adviento, tan dedicado al tema de la esperanza, no podía dejar de lado el tema de la conversión. Quien tiene esperanza, espera también en la gracia y confía en su voluntad para poder lograr los cambios necesarios que requiere la persona enferma y debilitada por el pecado.

Juan el Bautista


Juan el Bautista es el profeta que une el Antiguo y el Nuevo testamento, es el profeta elegido para que anuncie a Jesús que ya viene. Es el profeta que tuvo la dicha de bautizar a Jesucristo para que el Espíritu Santo se manifestara. Como vemos, es un hombre muy importante en el plan de Dios. Es un gran profeta, Jesús incluso dijo de él: “Yo se los digo: de entre los hijos de mujer no se ha manifestado uno más grande que Juan Bautista” (San Mateo 11, 11). Sin embargo, Juan el Bautista es un hombre humilde y pobre. Su grandeza está en ser capaz de reconocer a Dios en su vida. Su riqueza está en tener a Dios en su vida. Jesús cuando habla de cómo se vestía el Bautista dice lo siguiente en el evangelio de San Mateo capítulo once, versículos del siete al nueve: Jesús comenzó a hablar de Juan a la gente: «Cuando ustedes fueron al desierto, ¿qué iban a ver? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué iban ustedes a ver? ¿Un hombre con ropas finas? Los que visten ropas finas viven en palacios. Entonces, ¿qué fueron a ver? ¿A un profeta? Eso sí y, créanme, más que un profeta.” Jesús dice que Juan era más que un profeta, era un gran hombre, pero su grandeza no estaba en sus vestidos finos, Jesús aclara que esos están en los palacios, y Juan el Bautista no estaba en ningún palacio, sino en el desierto.

Qué equivocados estamos a veces los seres humanos, pensamos que la grandeza es vestirnos pomposamente, que la grandeza está en tener esto y lo otro olvidando a Dios de nuestras vidas. Pensamos que la grandeza es hacer esto y lo otro, cuando lo más importante no está en el hacer por hacer sino en hacer todo con amor y humildad. Juan el Bautista viste de modo humilde, el evangelio que hemos leído nos describe cómo vestía y qué comía en el desierto, cuando dice: Además de la piel que le ceñía la cintura, Juan no tenía más que un manto hecho de pelo de camello. Su comida eran langostas y miel silvestre. (San Mateo 3, 4).

Ante los ojos de los hombres Juan podía ser visto hasta como un andrajoso, un pobre, pero Dios no lo mira así. Jesús, recordemos, dice de él cosas grandes como que es más que un profeta o el hombre más grande nacido de mujer. Como vemos, no siempre la grandeza delante de los hombres es la grandeza que le agrada a Dios. Por eso, debemos tener en cuenta que Dios se hizo pobre, quiso nacer en un pesebre, el que todo lo tiene quiso no tener nada. No porque las cosas materiales sean malas, sino para enseñarnos que ellas no son las que nos hacen grandes.

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